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—Tus palabras me ofenden –replicó Buxo con una sonrisa que evidenciaba confianza–. Soy un guerrero yo también. Si me retraigo en las batallas jamás me volveré fuerte como ustedes.

Sedian optó por no intervenir en la conversación sostenida por sus compañeros. Pero desde el silencio se adhería a la opinión del muchacho. De nada serviría intentar preservar a un guerrero en formación. Los fundamentos de Buxo aún no estaban cimentados. Para bien o para mal, debía forjarse en el calor de la batalla o morir intentándolo. Una línea de pensamiento que podría percibirse como cruel, pero Sedian sabía que quien elige el camino del guerrero debe volverse inmune a la crueldad, porque solo eso encontrará.

Al divisarlos, la criatura se incorporó. Para sorpresa de los eirianos, contaba con una morfología que recordaba a la de un hombre. Se paraba erguida y sus proporciones asemejaban –en mayor o menor medida– a las de un habitante del sur. Pero fuera de su silueta, en nada se equiparaba a un humano. Tenía cuatro brazos finalizados en tenazas, una cabeza de escarabajo, y un exoesqueleto de textura metálica.


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