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La infernal imagen que reflejaron sus pupilas aquella noche sería una que jamás conseguirían olvidar. La bestia que tanto habían buscado estaba frente a ellos, y era espantosa. Asemejaba un insecto, con todos sus cuernos y tenazas, pero tenía el tamaño de un oso adulto. Y para dramatizar aún más la primera impresión que Vricio, Buxo y Sedian tuvieron de ella, la encontraron a mitad de su cena, devorando a un lobo mientras la luz de luna estallaba sobre su caparazón y lo hacía brillar en tonos azules y violáceos.

Ninguno de los tres pudo evitar ser gobernado por el asco al vislumbrar tan atroz criatura. Era un monstruo emergido de los abismos más profundos y antiguos de las montañas de Morth. Una bestia desgraciada que, habiéndose hartado de los alimentos infectos que las nieves eternas ofrecían, había desertado de su morada.

A pesar de su sobresalto inicial, los guerreros rápidamente recuperaron la compostura, empuñaron armas y comenzaron su avance.

—Escúchame, Buxo –exclamó Vricio al momento que sujetaba a su compañero por el brazo con tal fuerza que por un momento el muchacho creyó que le rompería los huesos–, si en algún momento te invade el temor o la inseguridad quiero que retrocedas. No intentes probar tu valor y posiciónate detrás de mí o de Sedian si te encuentras agotado o herido.


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