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Buxo quedó petrificado, nunca hubiese imaginado que un ser de aquella naturaleza pudiese recurrir al lenguaje.

—Piedad –volvió a decir el insecto–. Pido que se me muestre piedad.

El joven guerrero se volteó y miró a Vricio. Este, con una inclinación de la cabeza, le ordenó que siguiera adelante con la ejecución. Las palabras del monstruo no lo habían conmovido. Las órdenes debían cumplirse.

—¡No he hecho ningún mal, no merezco la muerte! –gritó el monstruo con un supremo esfuerzo.

—¡Vricio! –exclamó Buxo, irresoluto, mientras la espada temblaba en sus manos–. ¿Qué debo hacer?

—¡Prosigue con la ejecución! –replicó el berserker. Su semblante duro demostraba que no sentía altruismo alguno–. ¡Mátalo!

—¿Por qué? –preguntó el insecto al entender que su destino no dependía de quien empuñaba la espada sino de quien daba las órdenes–. ¿De qué crimen se me acusa?

—Has estado atormentando a los campesinos –sentenció Vricio con rigidez–. ¡Mereces la muerte que obtendrás!

—Me he alimentado solo de animales. No le hecho daño a ningún ser humano –rectificó el insecto con voz decidida.


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