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—¡Sedian! –exclamó Vricio confundido–. ¿Qué haces?
Tras haber desmantelado el ataque de su compañero, Sedian se dirigió al insecto.
—¿Cuál es tu nombre, criatura de los abismos? –le preguntó en la lengua antigua de los animales.
—Ingrath, me he a mí mismo bautizado –respondió, incrédulo, el hombre insecto.
—Vete, Ingrath. Tu vida ha sido perdonada. Pero tendrás que marcharte de este bosque. No eres bienvenido.
La criatura, aún sorprendida, tardó un momento en replicar.
—Gracias –dijo al fin mientras se levantaba trabajosamente–, si nuestros caminos se vuelven a cruzar, prometo saldar la deuda de la que hoy me hago acreedor –y tras haber dicho aquello, desapareció en la espesura del bosque.
Vricio dio un paso hacia al frente, intentado ir tras ella. Pero la sombra del a libélula se interpuso en su camino.
—¿Se puede saber qué demonios acabas de hacer? –preguntó Vricio con un tono calmo pero severo. Él no había comprendido la breve conversación que Sedian había tenido con el insecto–. ¿Por qué evitaste que lo mate?