Читать книгу Las plegarias de los árboles онлайн
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Por un largo rato los dos espadachines permanecieron inmóviles, analizándose, esperando. Se respetaban. Ninguno ignoraba el poder y la competitividad de su contraparte. Sabían los dos que se enfrentaban a un enemigo formidable, conscientes de que la más mínima falla sería capitalizada e implicaría una irrevocable derrota, y hasta quizás la muerte. Tampoco ignoraban el hecho de que, si bien solo habría un testigo, aquel duelo resolvería de una vez y para siempre quién era el verdadero campeón de Eirian, porque como bien se sabe, campeón solo puede haber uno. Considérese la relevancia de ostentar dicha posición a sabiendas de que a este correspondía un anillo legendario, esto solo igualado por los cargos de rey y primer druida.
Dicho anillo aún descansaba en los restos consumados de Nial en lo profundo del bosque, y si bien todos los campeones desde su muerte habían tenido el derecho a exigir que sea exhumado, por respeto al difunto héroe, nadie lo había hecho. La posición había sido ocupada durante años por Tarla, la dama Ulfberht. Pero ella había dimitido el honor cuando Sedian y Vricio concluyeron su formación militar, asegurando que sería hipócrita de su parte ocupar el puesto de campeona sabiendo que aquellos muchachos eran sustancialmente superiores a ella. Se ha iniciado la era del centauro y la libélula, había dicho Tarla en un concilio en la armería, será uno de entre ellos quien adueñe el honor de ser el campeón, y anticipó que quien sea el que lo ostente, lo hará por muchos años.