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—¿Cómo es posible? –se dijo mientras dejaba caer su mandoble–. ¿En qué momento?
Volvió a alzar la mirada, pero ya no había rastros de Sedian. Mucho menos de la bestia. El berserker cayó sobre sus rodillas mientras su sangrante orgullo chillaba de vergüenza tras haber sido derrotado de forma tan categórica. Un movimiento, un único movimiento, era todo lo que Sedian había necesitado para vencerlo. Su acérrimo rival lo había doblegado con una facilidad insultante. Una verdad difícil de digerir para alguien como Vricio.
Hay quienes dicen que los combates son, en esencia, metáforas de diálogos. Asumiendo como cierta dicha metáfora, se estaría confirmando la inmanencia natural de Sedian de ser un hombre de pocas palabras.
Los protagonistas no comentaron nada de lo ocurrido aquella noche, pero por boca de Buxo, nadie en el reino tardó en enterarse, con lujo de detalle, lo que había sucedido. Ese había sido el acuerdo tácito entre Sedian y Vricio. Buxo no era un muchacho malintencionado, pero era sabido por todos que era incapaz de guardar secretos.