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La espera no se prolongó demasiado, Vricio no era de los pacientes ni de los medidos a la hora de la guerra. Apretó los dientes para neutralizar el dolor en su vientre y cargó contra Sedian.
El hijo de Sarbon permaneció inmóvil y agazapado mientras el guerrero corría en su dirección. No fue hasta último momento, cuando Vricio se encontraba prácticamente sobre él, que flexionó las piernas y se escabulló entre el costado y el brazo de su contrincante.
Al ver que su oponente había desaparecido frente a sus ojos, Vricio se volteó rápidamente.
Sedian se hallaba a, por lo menos, seis metros. Con la guardia baja y una postura desenfadada, como si la contienda hubiese concluido.
El hijo de Nial hizo caso omiso de la actitud desinteresada de su contrincante. Alzó su espada y fue nuevamente tras él. Pero mientras corría sintió cómo unas ligeras gotas rodaban por su mejilla. Se detuvo, intrigado, y analizó su rostro con las manos. Tenía un tajo justo debajo del ojo izquierdo, fino y limpio. Estaba fresco, no había sido causada por el insecto. Era obra de una de las espadas gemelas.