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El comentario de Leto generó sonrisas en los rostros de Vricio y Eric. No así en el de Sedian.

—Está muy bien, amigo bardo –dijo el herrero encogiéndose de hombros–, cada cual disfruta a su manera. Mis pulsiones son distintas, pero lo que dices es lógico. ¡Yo jamás podría rechazar un vino de excelencia! –exclamó riendo–. Pero no te juzgaré. Allá tú y allá yo.

—¿No te intriga conocer el sabor de la exquisitez? –preguntó Sedian sin poder contenerse–. Estás por alistarte en una batalla en la que puedes morir, ¿no te perturba la idea de dejar el mundo sin haber saboreado lo mejor?

—No pienso en la muerte ni en que pueda morir –replicó el bardo con tranquilidad–. Y por supuesto que me intriga. El asunto es que, si yo lo aceptase ahora, por estar este cantinero dispuesto a obsequiarlo, en el futuro viviré añorando su sabor. No quiero eso. Si yo hoy probase lo que me ofrecen, este vino que disfruto ahora mañana se sentirá cual vinagre. No puedo pagar una buena botella, probablemente nunca pueda. En mis futuras visitas a las tabernas no haré sino añorar aquella vez cuando bebí de lo mejor, y me sentiré un miserable.


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