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—Entonces –dijo Tarla con una voz pacífica pero desencantada–, ¿rechazas el liderazgo que te ofrecemos?

—Agradezco el honor, pero sí, lo rechazo.

—¿Estás completamente seguro? –insistió Leto.

—Completamente.

—Qué lástima –finalizó el herrero–. Todos creíamos que serías el indicado para llevarnos a la victoria.

Vricio descargó sobre Sedian una mirada furibunda, pero este no respondió o no se percató.

—Bueno –dijo–, ¿alguno de los presentes quiere agregar algo? ¿Alguno tiene una idea en mente que quiera compartir?

No hubo respuesta.

—¿Y tú? –preguntó Eric dirigiéndose a Leto–. Tú solías ser un bardo, ¿no es así? Conoces los bosques y las montañas de este país mejor que nadie. ¿No se te ocurre alguna forma de aplicar ese conocimiento a la presente causa?

—Es verdad que supe ser un bardo alguna vez. De hecho, lo sigo siendo aunque ya no viva como uno. Ya no cumplo con los hábitos y las costumbres, pero mi amor por la naturaleza sigue intacto –replicó Leto al momento que llevaba sus manos a las rodillas. Su semblante fresco y despreocupado era el eco de las memorias que volvían a florecer ante sus ojos cuando recordaba su vida en los bosques–. Conozco todos los árboles de Eloth, y bajo la sombra de cada uno de ellos he disfrutado alguna vez de una siesta serena. Pero –dijo al momento que su tono de voz se volvía repentinamente más lúgubre– no se me ocurre cómo aplicar dicho conocimiento a la causa que hoy nos compete. Nunca recorrí los arbolados senderos pensando en la guerra.


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