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—No quiero, ni creo poder dirigir una compañía.
—¿Pero qué dices? –exclamó nuevamente el herrero, ahora irritado.
—No soy un rey ni un general, soy un guerrero.
—¡Patrañas! –alzó la voz Vricio–. ¿Acaso pretendes pelear en soledad?
—No. Simplemente les hago saber que no cuento con las aptitudes de un líder. El conflicto para mí es un fenómeno personal. No soy de los que ven la batalla como un todo y sienten a sus hombres como aprendices de su voluntad –la sombra de la libélula hizo una pausa y clavó sus ojos sobre el herrero–. Tienes razón, Eric, sé mucho sobre la guerra, he estado en la batalla de la costa y la niebla, donde los enemigos nos superaban en dieciséis a uno. También he participado del choque de los gigantes de bronce donde vi pelear a un dragón. Sí, a un dragón. Lo vi sobrevolar a nuestro ejército e incinerar a miles de hombres. Y a ambas batallas he sobrevivido. Sé mucho sobre la guerra, o al menos lo suficiente como para comprender que un buen guerrero no es lo mismo que un comandante.