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—Vamos –insistió el herrero–. Tú podrías guiarnos. Tiene que haber algo de esa sabiduría que nos pueda servir en un momento como este.
—Es que no sé qué quieres que diga, amigo –repuso Leto con una sonrisa incómoda y encogiéndose de hombros–. No soy un guerrero. Eloth es un bosque gentil y rico en leyendas. Guarda sus secretos, pero estos no suelen ser oscuros ni peligrosos. Las primaveras son verdes y fértiles. Los inviernos, aunque fríos, son más piadosos que en tierras de similares latitudes. Y si bien es cierto que puede ser traicionero para aquel que se adentra en él sin el conocimiento adecuado, las tragedias son inusuales. No cuenta con ningún valor militar que, al menos yo le pueda hallar.
—Entiendo –dijo Vricio en voz baja al momento que comprimía su vaso entre las manos–, otro que tampoco puede colaborar debidamente.
El encuentro de la acéfala compañía se prolongó hasta avanzada la noche sin que los nórdicos pudiesen llegar a una conclusión satisfactoria. Eran casi las tres de la madrugada y no habían hecho más que discutir planes insustanciales. El planeamiento militar a gran escala no era su fuerte. Ninguno tenía estudios formales en dicho aspecto. Los debates con relación a las estrategias a las que podrían recurrir no eran fluidos y siempre terminaban empastándose. Cada vez que alguien proponía una estratagema, y se la empezaba a analizar, no pasaba mucho para que el resto de los presentes, y hasta el mismo autor, le hallasen cualquier cantidad de defectos e inconsistencias.