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—Sedian, alma valiente –dijo finalmente Baris en tono conciliador–. Owen es nuestro rey y líder, tú mismo has reconocido su sabiduría en el pasado, ¿por qué no aceptas su fallo?
Había pocas personas a las que aquel solitario guerrero verdaderamente respetase, y Baris, el hombre de los puños de roble, era una de ellas. El anciano druida había probado su coraje y nobleza en muchas oportunidades. Al igual que su padre en el pasado, él le tenía un gran aprecio. Pero por primera y única vez en su vida, y con un gran pesar sobre su pecho, se atrevió a contradecirlo.
—Lo siento –le dijo esforzándose por sostener la mirada–, pero no puedo hacer tal cosa.
Avon, furioso, se incorporó de un salto. Pero antes que pudiese hablar, alguien se le adelantó.
—Yo lucharé contigo, Sedian– dijo una voz profunda.
Quien había hablado había sido Vricio, el primogénito de Nial. Gallardo y respetado guerrero. De entre todas las personas presentes, él era el último de quien Sedian hubiese esperado apoyo, pero el que más lo alegró tener. Vricio y él habían tenido innumerables disputas a lo largo de sus vidas. Sus caracteres orgullosos y obstinados los habían llevado incluso a cruzar espadas. Pero ahora, sorprendentemente, lo respaldaba.