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ASHKENAZY, ZUKERMAN, HARRELL

En 1828, pocos meses antes de morir a los treinta y un años, Schubert terminó un trío para piano, violín y violonchelo de cincuenta minutos de duración. Había tenido una vida corta, desgraciada y accidentada, en la que la música había supuesto el único contrapunto a sus infortunios. Schubert estuvo siempre arruinado y dependía de sus amigos para conseguir comida, alojamiento y dinero. Siempre fue desgraciado en el amor, ámbito en el que no le ayudaba ser bajo, feo e hipersensible a las ofensas, tanto reales como imaginadas. Sin embargo, pese a ser un absoluto desastre con patas, también fue salvajemente prolífico: tan solo en su decimoctavo año de vida creó más de veinte mil compases de música, compuso nueve sinfonías (a los treinta y uno, Beethoven solo había hecho una), más de seiscientas canciones, veintiuna sonatas para piano y un sinfín de piezas de música de cámara.

La mayor parte de su producción no se interpretó hasta después de su muerte, pero este trío sí se tocó antes. En los domicilios particulares era mucho más fácil ejecutar música de cámara que música de orquesta, y algunas casas de Viena organizaban schubertiadas de forma regular: veladas informales en las que se tocaba su música, se leía poesía y se bailaba. Este trío se ejecutó por primera vez en una de estas veladas (celebrada para conmemorar el compromiso matrimonial de un amigo) el mismo año de su composición. El lento movimiento retrata a la perfección una vida demasiado corta: es elegíaco y oscuro, está teñido de esperanza y en él se atisban las infinitas posibilidades del genio.