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Creada por uno de los escasos compositores posteriores a Mozart que podían idear y componer una obra entera en su cabeza antes de pasarla al papel, ésta es la banda sonora de un hombre tan deprimido que lo primero que empezó a estudiar fue Derecho.

También nos recuerda de forma desgarradora cuánto hemos perdido por culpa de su prematura muerte a los treinta y un años.

Mierda de sífilis.

Lo que (me) resulta más interesante del modo en que aprendí a tragar, y a que me dieran por el culo, es el impacto que ser violado produce en la persona; es como una mancha que nunca desaparece. Todos los días hay mil cosas que me lo recuerdan. Siempre que cago. Que veo la tele. Que observo a un niño. Que lloro. Que le echo un vistazo al periódico. Que escucho las noticias. Que veo una peli. Que me tocan. Que mantengo relaciones sexuales. Que me hago una paja. Que bebo algo inesperadamente caliente o que doy un sorbo demasiado grande. Que toso o me atraganto.

La hipervigilancia es uno de los síntomas más raros del síndrome de estrés postraumático. Cada vez que oigo un ruido fuerte, un estornudo, un estruendo, un chillido, un llanto, un claxon, siempre que noto algo repentino, por ejemplo que me tocan el hombro, o un aviso del móvil, doy un respingo. Es algo incontrolable, involuntariamente gracioso y enloquecedor a la vez. Y especialmente jodido en el caso de la música clásica, en la que todo el rato se producen cambios de volumen (si veis en el metro a un tío algo desaliñado que lleva auriculares y que da un respingo sin moverse del asiento cada pocos minutos, venid a saludar).

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