Читать книгу Instrumental. Memorias de música, medicina y locura онлайн

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Los tics mentales son mucho más fastidiosos. Me resulta imposible detener mis pensamientos, porque si lo hago sucederán cosas espantosas. De modo que cuando estoy de los nervios, pensando en algo malo, quizá que mi novia está ligando a saco con otro tío, o quizá lo que sentiría si me autolesionara (otra variación del mismo tema), tengo que desarrollar la idea para quedarme tranquilo. Por eso, cuando alguna psicóloga bienintencionada me aconseja que me distraiga y que frene ese pensamiento, me entra la risa y pienso: «Ni de coña, y la verdad es que debería agradecerme que no lo haga, porque si lo hago acabará usted pagando el precio y sufrirá un terrible accidente, se quedará sin trabajo y sin marido, acabará arruinada y discapacitada y también le hará falta un psicólogo al que no podrá pagar, así que morirá sola sin que nadie se entere, triste y asustada. No hay de qué».

Luego están las cosas que dan vergüenza de verdad. Por ejemplo, tengo una erección cada vez que lloro. De un modo u otro, el cuerpo lo recuerda todo y asocia las lágrimas con la excitación sexual. Yo lloraba mientras él me la chupaba. Pero la fisiología es la fisiología, mi polla hacía lo que tenía que hacer y se ponía dura. E incluso hoy, cuando lloro, ella piensa: «Ay, ¡de esto me acuerdo! ¡Venga, arriba!».

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