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El lado positivo es que puedo ver la misma peli y el mismo programa de televisión varias veces sin darme cuenta; el lado negativo es que los demás me perciben como una persona maleducada, desconsiderada y un poco estúpida. Y es un puto coñazo no poder acordarme de casi nada, hasta el punto de que tardo varios minutos en recordar qué he desayunado, por qué he salido de casa, en qué día, mes y año estoy.

Lo cual hace que sea aún más raro que pueda recordar más de cien mil notas en un recital de piano, y mucho más maravilloso que estar sentado delante de un piano sea una de las pocas ocasiones en que estoy centrado de veras.

Llevo siendo así desde que tengo uso de razón. De pequeño, la disociación era la única manera de que el mundo me resultara levemente manejable. Si no lo recuerdas, el pasado no puede aterrarte. Nuestras mentes son la puta hostia: se han diseñado para lidiar con cualquier tipo de situación, al menos hasta que se sobrecargan y se parten en dos. Y, sin embargo, incluso entonces suele haber una manera de recuperar algo semejante a la funcionalidad. Mis amigos más íntimos son conscientes de ello y no se enfadan cuando les pregunto dos veces la misma cosa en cuarenta y cinco segundos, o cuando no recuerdo unas vacaciones que hemos pasado juntos pocos meses o años antes. Que es precisamente el motivo por el que son mis amigos más íntimos y por el que puedo contarlos con los dedos de una mano.

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