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La teoría de Marshall implica que para saber las cantidades de bienes que un individuo comprará a precios dados, debemos conocer su superficie de utilidad. La teoría de Pareto solo supone que debemos conocer su mapa de curvas de indiferencia, pero éste transmite menos información que la superficie de utilidad. Solo nos dice que el individuo prefiere un determinado conjunto de bienes a otro. No nos dice, como pretende hacer la superficie de utilidad, por cuánto se prefiere la primera colección a la segunda.

Los números que otorgamos a las curvas de indiferencia son, de hecho, totalmente arbitrarios. Será conveniente que aumenten a medida que avanzamos hacia curvas más altas, pero los números pueden ser 1, 2, 3, 4 …, 1, 2, 4, 7 …, 1, 2, 7, 10 …, o cualquier serie ascendente que queramos tomar.

Así, el pequeño ejercicio de geometría de Pareto llevó a una conclusión metodológica de gran importancia. En cualquier teoría del valor, es necesario poder definir exactamente lo que entendemos por consumidor con «necesidades dadas» o «gustos dados». En la teoría de Marshall (como en la de Jevons, Walras y los austriacos) las «necesidades dadas» se interpretan como una función de utilidad dada, una intensidad de deseo determinada para cualquier colección particular de bienes. Este supuesto ha incomodado a mucha gente, y Pareto demuestra en su trabajo que no es necesario en absoluto. Las «necesidades dadas» pueden definirse adecuadamente como una escala de preferencias dada. Basta con suponer que el consumidor prefiere una cesta de bienes a otra. No tiene sentido decir que desea una cesta un 5 por ciento más que la otra, ni nada por el estilo.

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