Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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No sé qué profundidad tendría aquella poza, pero debía de ser bastante, puesto que solo se podía hacer pie en la orilla de uno de los extremos de la figura oval, donde un montón de rocas permitía ponerte de pie, con el cuerpo sumergido casi hasta los hombros. En el lado contrario, otra gran piedra plana e inclinada en rampa, que no sé si era su posición natural o la habían colocado así, permitía sentarse y hasta tumbarse en ella con el agua cubriendo todo o parte del cuerpo. Di unas cuantas brazadas y me eché sobre ella mirando hacia el techo de la caverna. Después cerré los ojos y sentí que mis músculos se relajaban poco a poco.

La temperatura en el interior de la cueva era agradable. El calor que desprendía el agua caldeaba el ambiente y calculé que debía de haber entre trece y dieciocho grados, dependiendo de la proximidad o lejanía de aquella poza. Recordé alguna de mis estancias en balnearios, donde me encantaban las saunas y los baños de contraste, y me di cuenta de la suave cascada que tenía al otro lado. Abrí los ojos. Amanda se había sentado a mi lado, mientras que Lucía seguía en el agua.

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