Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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Mi excitación estaba a punto de estallar. Mis ojos recorrieron su cuerpo, imaginé mis manos acariciando sus brazos, su cintura, sus pechos, sus piernas, imaginé mi boca buscando la suya y mis labios besando su cuello… En esas andaba cuando Nina, tras meterse en el agua, nadó hacia donde yo me encontraba y, poniéndose también de pie en las rocas, se acercó a mí y, en un movimiento rápido, apretó su cuerpo contra el mío, me besó en los labios y se lanzó al agua. Y yo me quedé allí, contemplándola e intentando tener la suficiente fuerza de voluntad para pasar lo que quedase del día sin que los demás se diesen cuenta de lo que sucedía. Pero era un verdadero tormento, sobre todo sabiendo que Nina iba a seguir con sus jugueteos.

Miguel y Amanda habían salido del agua y se habían sentado en el borde del estanque. Lucía estaba saliendo también en aquel momento y Nina seguía nadando. Al cabo de un rato, yo salí también por la rampa y me dirigí a la cascada. Necesitaba más que nunca que aquellos chorros de agua enfriasen mi anatomía. Me metí debajo de aquella ducha natural, en uno de sus extremos, donde el agua caía con menos fuerza. Apoyé mis manos contra la pared y dejé que resbalase por mi cabeza, mi cara y mis hombros, pero no conseguía calmar mi impaciencia. Llevaba varios minutos en aquella posición, preguntándome cuándo iba a ser posible que pudiese estar a solas con ella, aunque tenía la impresión de que aquellos tiempos tampoco los gestionaba yo. De improviso, sin haberla oído llegar, la sentí detrás de mí. De nuevo sus brazos rodeando mi cintura, abrazándome contra su cuerpo, besando mi cuello… Sentí sus firmes pezones contra mi espalda y me olvidé de Miguel, de Amanda, de Lucía, de mi edad y hasta de mi nombre. Me volví hacia ella, la abracé, acaricié sus labios con los míos y sentí su lengua buscándome. La empujé suavemente contra la pared. Me apreté contra ella, tomé su cara con mis manos, volví a besarla y comencé a acariciarla, primero sus brazos, su cintura, subiendo lentamente hasta sus senos. Busqué con mi boca sus pezones, por los que resbalaba el agua del manantial, y los acaricié con mi lengua, una y otra vez, mientras sentía las manos de Nina recorriendo mi espalda y una de sus piernas colocarse entre las mías. Me apreté más contra ella, acaricié sus muslos, seguí lamiendo sus pezones y mi mano buscó con ansiedad su sexo, acariciando su pubis y su clítoris hasta que la convulsión de su cuerpo me indicó que había alcanzado el orgasmo.

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