Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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—Oye, supongo que puedo meterme debajo de la cascada como si fuese una ducha…

—¿Para qué crees tú que la naturaleza la ha colocado ahí?

Nos levantamos a la vez y, bordeando el estanque, pisando las piedras templadas, entramos en aquella oquedad, que era como un espacio privado, y nos pusimos debajo de aquella pequeña catarata. El agua, como era de esperar, estaba fría y me estimuló completamente. Repetí la operación dos o tres veces y volví a tumbarme en la rampa, agradeciendo el calorcillo del agua. Acababa de cerrar otra vez lo ojos para dejarme llevar por las sensaciones cuando oímos que alguien llegaba. Me senté y vimos aparecer a Miguel y a Nina. Al darme cuenta de mi desnudez me dio un ataque de pudor y me metí rápidamente en el agua.

Ambos se acercaron al borde y nos saludaron. Nina buscó mis ojos y me sonrió. A continuación, también con la mayor naturalidad, Miguel se quitó la ropa y se metió en el agua. Nina lo hizo un poco más despacio. Yo estaba de pie donde las rocas me lo permitían, mirándola. Y ella, deleitándose en la impresión que sabía me estaba causando, comenzó a desnudarse muy lentamente, sin dejar de mirarme y con aquella sonrisa provocadora. Cuando la vi desnuda, acercándose a la rampa que quedaba a mi izquierda, sentí una oleada de deseo y una sensación de calor eléctrico que recorrió todo mi cuerpo.

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