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—Lo siento —dije—. ¿No te gusta?

—Hummm… Me encanta, pero esta vez quiero que lleguemos a la vez. Anda, ven.

Se levantó y fue a buscar unas toallas. La miré con embeleso mientras se secaba.

Nina, riéndose, se acercó y, tras abrazarme y besarme, cogió mi toalla y empezó a secarme. Me colocó mirando hacia la entrada de la cascada y dijo:

—No te muevas ni te des la vuelta hasta que venga a buscarte.

Al cabo de un rato regresó y volvió a abrazarme.

—Te voy a dar la vuelta, pero cierra los ojos. No los abras hasta que yo te diga.

Me tomó de la mano y la seguí. Me indicó dos veces que subiera otros tantos peldaños en la roca y se paró.

—Ya puedes abrirlos.

Estaba frente al espacio chill out. Nina lo había rodeado de velas, colocadas encima de las piedras, logrando un ambiente acogedor y romántico. Se dirigió a los colchones tapados con fundas, mantas y edredones, se tumbó y extendió su brazo invitándome a que me echase a su lado. Lo hice muy despacio mientras mis ojos recorrían su cuerpo. Me tumbé junto a ella y comencé a acariciar sus piernas para ir subiendo hacia su cintura y sus senos. Mientras, Nina me rodeaba con sus brazos, acariciaba mi espalda y buscaba mi boca.

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