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Frente al estanque, al fondo de la gruta, al otro lado del paredón de los ventanales, el terreno era un poco más elevado y dos aberturas en la pared indicaban el inicio de otras dos galerías que, en ese momento, ignoraba si conducían a alguna parte o eran simples túneles ciegos en la roca. Por último, observé también que justo en el rincón que hacía el muro de los ventanales con la pared frontal habían organizado un área de descanso con varios colchones cubiertos con mantas y cojines y cuatro bases de piedra que hacían de mesitas, con varias velas y unas cuantas toallas encima. Me pareció un espacio chill out. Solo le faltaba la música. Me encantó.

Amanda y Lucía me contemplaban divertidas, esperando que yo dijese algo, pero mi sorpresa era tan enorme que solo podía admirar una y otra vez aquella maravilla de la naturaleza, incapaz de pronunciar palabra alguna. Finalmente, y después de haber recorrido todos los rincones de la caverna, cuya extensión aproximada era de unos mil metros cuadrados, las miré, me acerqué a ellas y las abracé.

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