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Ni que decir tiene que, otra noche más, apenas pude dormir. Estuve dando vueltas y más vueltas a todo aquel enigma, que me propuse aclarar al día siguiente, bien con Nina, bien con Amanda y Lucía. Quería respuestas. Y respuestas claras.

LA CAVERNA


Amaneció lloviendo casi torrencialmente. «Vaya, —me dije— ya se estropeó el invento», pues pensé que lloviendo de aquella manera no podíamos ir a ninguna parte. Así que solté a Tao y Greta por el jardín, los sequé cuando entraron y me senté a desayunar. Acababa de recoger la cocina cuando llegaron Lucía y Amanda, embutidas en sus impermeables.

—¿Todo preparado para la excursión? —preguntó Amanda.

—¿Excursión? ¿Con la que está cayendo, creéis que se puede ir de excursión? Anda, anda, sentaos, que os preparo un café.

—Ya lo creo que se puede —respondió Lucía—. Precisamente, es un día idóneo para esta excursión. Venga, ponte el chubasquero y las botas y vámonos.

—Estáis locas. ¿Pero habéis visto cómo llueve?

—Que sí, que ya lo vemos —dijo Amanda—. Venga, confía en nosotras. Ya verás como al final te alegrarás de habernos hecho caso.

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