Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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Viendo su empeño, me armé de paciencia, me calcé las botas de agua, me puse el chubasquero y las seguí al exterior. Vi que se dirigían al camino que por la ladera llevaba a la cala y pensé de nuevo que estaban locas, pero fui tras ellas, aunque no acertaba a adivinar dónde querían ir si bajábamos a la playita. Pero al llegar abajo se dirigieron a una gran oquedad, en la parte del acantilado más cercana a la ladera, donde guardaban las dos zódiacs. Ya ni me molesté en preguntar dónde íbamos. Llevamos la embarcación al agua, nos subimos a ella, Lucía puso en marcha el pequeño motor fueraborda y salimos al mar. Bordeando las rocas de los acantilados pasamos la siguiente ensenada, y unas seis calitas más allá me sobrecogió contemplar desde abajo la enorme mole del altísimo despeñadero que caía totalmente vertical hasta hundirse en el mar. Allí no había cala, pero la fuerza del agua, golpeando día tras día, había conseguido abrirse paso a través de las rocas, moldeándolas y formando pasillos entre varios farallones, así como una especie de túnel, escondido tras una de las grandes rocas, por el que el océano se adentraba en el interior de la pared rocosa.

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