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Avanzaba atropellando lo que hubiera a su paso.
Y se fugó.
Tres
Dos días después sería el velatorio. Los cuerpos pasaban por el Instituto Médico Legal quien debía certificar la muerte por accidente. Llegó mucha gente a saludar. Un cajón negro y otro blanco. Uno grande otro pequeño, uno al lado de otro. Todos interrumpieron sus días de asueto. La mayoría había salido de la ciudad ya que ese año las festividades coincidían con un fin de semana extendido por dos días sándwich.
Hubiese podido ser un largo descanso.
Llegaron los amigos y colegas del padre que era profesor de lenguaje en una escuela. Amigas y colegas de la madre que era contadora part-time de un molino. Y los amigos y compañeros de la hija mayor. También apoderados del colegio donde estudiaban las niñas. Los asistentes se preguntaban de qué vivirían las sobrevivientes. La madre ganaba muy poco.
Alivio. Existía un seguro de vida.
El velorio se hizo en casa. Se sacó la alfombra del cuarto de estar, se corrió la mesa del comedor y allí se dispusieron los ataúdes, las velas y las decenas de coronas enviadas en nombre de las escuelas, el molino, los centros de apoderados y otros parientes. El párroco vecinal se disculpó por falta de espacio en su capilla ese fin de semana.