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–Usted sabe, señora, las fiestas de la Independencia siempre han aumentado la tasa de mortalidad. Accidentes, infartos, ausencias del personal de salud en las postas.

También se disculpó el padre Pedro, capellán del grupo de Acción Social, comunidad donde participaba la hija mayor. El padre Pedro, eso sí, se comportó a la altura de las circunstancias y no se movió del lado de la viuda.

De tanto en tanto la abrazaba y le repetía:

–El Señor le dará consuelo.

Avemarías y padrenuestros apoyados en la frecuencia de un rosario dieron un ritmo a las visitas. El padre Pedro se lo encargó a una piadosa apoderada. El círculo de cuentas dio varias vueltas. Algunos se unieron a las letanías. Los jóvenes, en cambio, prefirieron salir al patio. No faltó una risotada inmediatamente acallada por otros. A eso de las diez de la noche se decidió finalizar la romería. Se citó temprano para los ritos funerarios en la iglesia.

La madre, de falda y chaleco negro, solo miraba al suelo y callaba confundida. La hija mayor conversaba y trataba de sonreírle a sus compañeros. Ninguna se había lavado el pelo, ni ordenado las camas. La ducha había sido rápida. Los ataúdes hubo que recibirlos muy temprano.

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