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Desde hace ya tres años tengo la fortuna de ser padre, en realidad añoraba mucho este momento, lo esperé con muchas ansias; a veces pensaba en que fuera un niño, para que pudiera compartir conmigo y no repetir la historia que viví con mi padre - esto ha sido algo que me ha acompañado por muchos años, inclusive entré al ABC (Art of Business Coaching) con la firme intención de ser una mejor versión de mi para mi bebé - pero eso lo solté rápidamente en el embarazo de mi esposa y solo pedí que llegara el mejor ser humano a nuestro hogar, y así fue, nació Salomé, mi precioso significado de vida.

Desde que ella estaba de brazos, pude notar la fuerza con la que ella venía al mundo, desde ese momento se notaba su temperamento, cuando no le gustaba algo, lo reclamaba con fuerza, gritos, incomodidad, se hacía sentir y lo hacía notar a los demás; debo confesar que desde esos momentos iniciales me comenzaba a dar un poco de miedo que su carácter fuera muy fuerte e indomable, claro que esto lo veía más en mí que en ella. Y acá me quiero detener un poco, porque me hace reflexionar sobre algo que he conversado varias veces en mis círculos sociales, y es que mi hija viene a vivir su vida, a cometer sus propios errores y disfrutar el mundo de la manera que ella quiera; proyectar mis experiencias, pasado y dolores en ella, nunca ha sido ni será sano, así que aquí encuentro una parte que podría deslegitimar del miedo que me genera que ella también tenga temperamento fuerte y determinación por vivir.

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