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Con el tiempo, la situación empeoró, a mi esposa se le dificultó un montón poder llevarla a la silla, se tiró al piso, pataleaba, gritaba de una manera que era casi como si la estuvieran torturando y eso a mí ya me sacó de mí mismo, hasta acá llegó la razón; con la rabia, ira y gran molestia que tenía, subí las escaleras corriendo y le grité fuertemente: ¿Y a ti, que es lo que te está pasando? Salió con una fuerza tal que la niña se quedó viéndome a los ojos, quieta y expectante a lo que siguiera después, y en ese precisó instante, mi esposa me toma del brazo y me dice: “estoy yo a cargo, permíteme, hago lo que hemos acordado”, esto es, hacer tiempo fuera hasta que comience a calmarse. En ese instante, solo me devolví, bajé las escaleras y seguí haciendo lo que estaba realizando, pero ya mi cuerpo, emociones, conversación interna, y lenguaje estaban fuera de control; en mi cuerpo sentía un calor increíble, estaba en un momento de rabia extrema, si me pudiera describir, era un cuerpo en llamas, solo pensaba en mi cabeza: “¿Qué le pasa a esta niña? ¿Me voy a quedar acá sin corregirla?, ¡Lo que ella necesita es mano dura!”, todas las cosas que escuche de niño, lo que se decía alrededor mío cuando había un desacato, cuando se pasaba por encima de la autoridad paterna, además, también comencé a murmurar cosas un poco inaudibles con mi boca casi entre cerrada, y decía algo cómo ¡No voy a dejar que esto pase! ¡Si dejo que esto continúe hoy, va a hacer más grande lo que le dé la gana! ¡Esta niña necesita una educación diferente, tocará a las malas!, frases que siguen el mismo camino de las preguntas que hice anteriormente.

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