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Ya de regreso a lo que estaba haciendo, sentí un cuerpo cansado, agotado mentalmente, solo pensaba en que había asustado a la niña, pero ¿cómo habría logrado calmar a Salo de otra manera? Lo extraño del asunto es que no llegó remordimiento a mí, como hubiera sido lo que había pasado, se calmó Salome, frenó todo lo que estaba sucediendo, pero ¿a qué costo?; en ese momento no me importaba mucho eso.
Debo confesar que me duele mucho escribir esto, darme cuenta de todo lo que pasa en mí, en mi cuerpo, en mis pensamientos, recordar la cara de mi hija, de pánico, dolor, susto, ese afán de protegerse, de no ser lastimada, me duele profundamente, solo pienso en que fracaso como padre, no sé cómo llevar la situación, me regreso a la rabia primitiva y poco útil en esos momentos, además celebro que algo en mí me frene a ir al extremo más fuerte, descaradamente lo confieso, eso por lo menos no me hace sentir frustración, el no perder el control total por lo menos me mantiene un poco tranquilo, porque el remordimiento no es tan grande, es algo medio extraño, raya en lo desquiciado ahora que lo escribo, pero agradezco a Dios no repetir la historia que yo viví; en mi caso, mi papa no frenaba, llegaba el grito, con los golpes y con la irónica pregunta ¿va a seguir llorando o se va a calmar? ¿Cómo me iba a calmar y dejar de llorar si estaba sintiendo más dolor y lo único que tenía en mi cabeza era el pánico que me generaba la situación? Recordar lo que es estar al otro lado de la historia me muestra que lo que hago solo es repetir lo mismo, pero sin entrar en el golpe físico; ya sé cuáles son las consecuencias de esto.