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Después de todo esto, no solo queda el dolor de haber sacado lo que salió con mi hija, si no que transgredí el espacio acordado y construido con mi esposa, ¿Qué más quiero destruir con la rabia de mostrar mi autoridad, de mostrarme a mí mismo?

Aparte de la frase que dije, apareció otra como: ¡Es que no entiendes que hay que respetar ¿qué te está pasando? Acá ya Salo estaba clavada a la silla, tenía cara de pánico, movió su mano a la cola, como sobándose previamente de un golpe que ella creía que le iba a dar, pero, al ver que la intensidad de todo lo que ella estaba haciendo bajó notoriamente, retrocedí y comencé a irme poco a poco, mi esposa atónita solo me veía y cuando vio que me estaba retirando, me dice: “Sabes que esta no es la manera”, a lo que le respondí: “¿Y entonces, cuál es?, ¿vamos a dejar que haga lo que se le dé la gana? ¡Ya estoy mamado, cansado de esta situación, qué mierda tener que vivir esto!”, me volteé, retirándome de nuevo al primer piso.

¿Y no era acaso ese mismo niño Rafael, mirando a su padre atónito por lo que había pasado? ¿En un momento similar fue que asumí una postura diferente hacia él? ¿Si ya reconozco el dolor que genera esto, por qué recrear lo ya vivido? ¿Será que no hay una puerta alterna desde el amor y la compasión para acompañar su proceso de aprendizaje? Tantas son las preguntas que nacen como posibilidad hoy, que siento con el corazón que puedo hacer algo distinto.

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