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–Pastor, quiero que guarde esto para usted –le dijo.

Cuenta el pastor Yeagley que por momentos consideró la posibilidad de no aceptar la moneda. Ese era el dinero de su merienda, y probablemente todo lo que tenía. Pero el regalo era también la expresión de su corazón agradecido. ¿Cómo podría rechazarlo? Al final, lo aceptó, y de inmediato fue a la cafetería para pagar por la merienda de Cristina. “Siempre he conservado aquellos 25 centavos”, escribe Yeagley, “como recuerdo de mi sacrificada y agradecida amiguita” (La dádiva divina del perdón, p. 53).

Esos centavitos también nos recuerdan que, no importa cuán pequeños e insignificantes puedan parecer nuestros esfuerzos para agradar a nuestro Padre celestial, él los acepta como lo mejor que podemos hacer, y suple lo que falta, tal como lo declara nuestro texto de hoy y la siguiente cita de Elena de White:

“Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos” (Mensajes selectos, t. 1, p. 460).

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