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Gracias, Jesucristo, porque aceptas mis “25 centavos” de esfuerzo para agradarte y obedecerte. Sobre todo, gracias porque suples mis deficiencias con tus propios méritos santos. ¿Qué puedo decir, si no que eres un maravilloso Salvador?

17 de enero

Seguir creyendo

“Mientras él [Jesús] aún hablaba, vinieron de casa del alto dignatario de la sinagoga, diciendo: ‘Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?’ ” (Marcos 5:35).

“Mientras haya vida, hay esperanza”, escribió Cicerón, el renombrado orador romano. Pero, de acuerdo con nuestro texto para hoy, la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, ya había muerto. ¿Para qué seguir importunando al Maestro? Temprano, ese mismo día, Jairo había salido en busca de Jesús y, al encontrarlo, de rodillas le había rogado que sanara a su niña, su hija única, de apenas doce años (Luc. 8:42). El solo hecho de pedir ayuda al Señor revela lo desesperado que Jairo estaba, porque para ese entonces ya los fariseos habían comenzado “a tramar con los herodianos cómo matar a Jesús” (Mar. 3:6, NVI). Se habían confabulado porque en sábado Jesús había sanado en la sinagoga a un hombre que tenía una mano paralizada (Mar. 3:1-6). ¡Y Jairo era, precisamente, un alto dignatario de una sinagoga!

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