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He aquí su respuesta: “He aprendido a contentarme”, escribe Pablo, “cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).
Lo que Pablo está diciendo aquí es que, independientemente de cuál fuera su situación, “no era él quien tenía que hacer frente a las circunstancias, sino Cristo, que vivía en él” (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 183). Por eso habla de gozo, no de felicidad. Recordemos que la felicidad depende de circunstancias externas –dinero, fama, placeres–, que pueden desaparecer en un instante, mientras que el gozo que el apóstol experimentaba era producto del amor de Dios, que nadie le podía quitar.
¿Cómo logró el apóstol alcanzar este ideal? Dos palabras clave del texto anterior (Fil. 4:10-13) vienen en nuestro auxilio. Una es “aprender”. En medio de sus duras pruebas, Pablo aprendió a desarrollar la convicción de que bajo ninguna circunstancia Cristo lo dejaría solo. La otra palabra clave es “contentarse”. En el griego de entonces significaba “suficiencia propia”, pero Pablo aquí le da el sentido de “suficiencia en Cristo”. ¡Una gran diferencia!