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14 de enero

¡Las cosas que hace Dios!

“El Señor le dijo a Samuel: ‘¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno, y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos’ ” (1 Samuel 16:1, NVI).

Nuestro texto de hoy nos introduce hacia uno de los pasajes más significativos de la Escritura. Dios ha desechado a Saúl y ordena al profeta Samuel ir a Belén, a casa de Isaí, porque de sus hijos escogerá al próximo rey.

¿Cuáles eran las posibilidades de que David resultara ser el elegido? Desde el punto de vista humano, muy pocas. Era el menor de los hermanos, en una cultura que otorgaba mucha importancia al orden de nacimiento de los hijos. Tampoco era el de mayor estatura. Eliab, en cambio, no solo era el mayor, sino además era el de mejor apariencia física. Tanto así que el mismo Samuel, al verlo, pensó: “Sin duda que este es el ungido del Señor” (1 Sam. 16:6, NVI). “Pero el Señor le dijo a Samuel: ‘No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón’ ” (vers. 7, NVI).

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