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Digo, pues, que desde el principio ama a sí mismo, aunque indistintamente. Luego va distinguiendo las cosas que prefiere y las que le son más o menos odiosas, y sigue y huye, más o menos, según distingue la conciencia, no solamente en las demás cosas que ama en segundo lugar, sino que también distingue en sí lo que ama principalmente. Y al conocer en sí diversas partes, más ama las más nobles que tiene. Y como quiera que es parte más noble del hombre el ánimo que el cuerpo, aquél prefiere; y así, amándose a sí mismo principalmente, y por sí las demás cosas, y prefiriendo la mejor parte de sí mismo, manifiesto es que ama más al ánimo que al cuerpo u otra cosa; el cual ánimo, más que otra cosa, debe naturalmente amar. Conque si la mente deleitase siempre en el uso de la cosa amada, que es fruto de amor en la cosa que sobremanera se ama, el uso es sobremanera deleitoso. El uso de nuestro ánimo nos es sobremanera deleitoso, y lo que nos es sobremanera deleitoso es nuestra felicidad y nuestra bienaventuranza, más allá de la cual no hay ningún deleite mayor ni se muestra ningún otro; como puede ver quien bien considere la precedente argumentación.

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