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Igualmente puede hacerse, con muchas correcciones y cultivo, que allí donde la semilla no cae al principio, puédese llevar en su proceso, de modo que llega a dar fruto. Y es casi injertar una naturaleza ajena sobre distinta raíz. Así pues, no hay nadie a quien pueda excusársele; porque si en su raíz natural no tiene el hombre esta semilla, puede muy bien tenerla por vía de injerto. Así, ha habido tantos que de hecho se injertaron cuantos son los que se desvían de la buena raíz.

A la verdad, de estos usos, el uno está mucho más lleno de bienaventuranzas que el otro; el cual es el especulativo, que, sin mixtificación alguna, úsalo nuestra parte más noble, la cual, por el amor radical que se ha dicho, es sobremanera amable, como lo es el intelecto. Y esta parte no puede tener en esta vida su perfecto uso, el cual es ver a Dios -que es lo sumo inteligible-, sino en cuanto el intelecto lo considera y lo mira por sus efectos. Y que nosotros pedimos esta bienaventuranza suma y no la otra -es decir, la de la vida activa- nos lo enseña el Evangelio de Marcos, si bien lo consideramos. Dice Marcos que María Magdalena y María Jacobita y María Salomé fueron a buscar al Salvador al sepulcro y no le hallaron a él; mas hallaron a un joven vestido de blanco, que les dijo: «Preguntáis por el Salvador, y yo os digo que no está aquí; mas por eso no hayáis temor; mas id y decid a sus discípulos y a Pedro que los precederá en Galilea, y allí lo veréis, como os dijo». Por estas tres mujeres pueden entenderse las tres sectas de la vida activa, es decir, los epicúreos, los estoicos y los peripatéticos que van al sepulcro, es decir, al mundo presente, que es receptáculo de las cosas corruptibles, y preguntan por el Salvador, es decir, por la Bienaventuranza, y no lo hallan; mas encuentran a un joven con blancas vestiduras, el cual, según el testimonio de Mateo, dijo: «El Ángel de Dios descendió del cielo, y una vez que vino volvió la piedra y se sentó sobre ella, y su vista era como relámpago, y sus vestiduras eran como de nieve».

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