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A la verdad, este arco, no sólo le dividen por la mitad las escrituras; mas, según los cuatro combinadores de las cualidades contrarias que entran en nuestra composición -a las cuales parece ser propia, a cada una, digo, una parte de nuestra vida-, en cuatro partes se divide y llámanse cuatro edades. La primera es adolescencia, que se asemeja al calor y a la humedad; la segunda, juventud, que se asemeja al calor y a la sequedad; la tercera, senectud, que se asemeja al frío y a la sequedad; la cuarta, senilidad, que se asemeja al frío y a la humedad, según escribe Alberto en el cuarto de la Meteora.
Y hácense estas partes igualmente con el año, en primavera, estío, otoño e invierno. Y en el día, hasta la tercia. Y luego, hasta la nona, dejando en medio a la sexta, por la razón que se comprende, y luego hasta el véspero, y del véspero en adelante. Y por eso los gentiles decían que el carro del sol tenía cuatro caballos: al primero llamaban Eoo; al segundo, Piroi; al tercero, Eton; al cuarto, Flegon, según escribe Ovidio en el segundo de Metamorfoseos, acerca de las partes del día. Y se ha de saber brevemente que, como se ha dicho más arriba en el sexto capítulo del tercer Tratado, la Iglesia, en la distinción de las horas del día temporales, que son cada día grandes o pequeñas, según la cantidad del sol, y como la hora sexta, es decir, el mediodía, es la más noble de todo el día y la más virtuosa, dispone sus oficios en cada parte, es decir, de antes y de después, como puede. Y por eso el oficio de la primera parte del día, es decir, la tercia, se dice al fin de ésta, y el de la tercera parte y el de la cuarta se dicen al principio. Y por eso se dice media tercia, antes de tocar a aquélla; y media nona, luego de haber tocado para ésta; así también media víspera. Y así, sepan todos que la nona exacta siempre debe sonar al comienzo de la séptima hora del día; y basta esto a la presente digresión.