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Aquellos pensamientos me tranquilizaron y, por la tarde, me sumí en un profundo sueño; pero la fiebre de mi sangre no me permitió gozar de un descanso apacible. La horrible escena del día anterior constantemente pasaba ante mis ojos: las mujeres huían y el furioso Felix me arrancaba de los pies de su padre. Me desperté exhausto; y descubriendo que ya era de noche, me arrastré fuera de mi escondrijo y fui a buscar comida.

CAPÍTULO 8

Cuando aplaqué mi hambre, dirigí mis pasos hacia el camino bien conocido que conducía a la granja. Todo estaba en paz. Me arrastré hasta mi cobertizo y permanecí allí, en silenciosa espera, hasta la hora en que la familia solía levantarse. La hora pasó, y el sol ya estaba muy alto en el cielo, pero los granjeros no aparecían. Temblé violentamente, sospechando alguna horrible desgracia. El interior de la casa estaba oscuro y no se oía movimiento alguno. No puedo describir la angustia que sentí en aquellos momentos.

Entonces, dos campesinos pasaron por allí; pero, deteniéndose cerca de la casa, comenzaron a hablar, gesticulando mucho. No entendí lo que dijeron, porque su lengua era distinta a la de mis protectores. De todos modos, poco después, Felix apareció con otro hombre. Me sorprendió, porque yo sabía que él no había salido de la casa aquella mañana, y esperé con inquietud para descubrir, por sus palabras, el significado de aquellos extraños sucesos.

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