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Aquella fue la recompensa a mi bondad. Había salvado a un ser humano de la muerte y, como recompensa, ahora me retorcía entre horribles dolores por un disparo que me había destrozado la carne y el hueso. Los sentimientos de bondad y amabilidad que había albergado solo unos instantes antes dieron lugar a una furia infernal y al rechinar de dientes… inflamado por el dolor, juré odio eterno y venganza a toda la humanidad. Pero el dolor que me causaba la herida me venció, mi pulso se detuvo y me desmayé.

Durante algunas semanas llevé una vida miserable en aquellos bosques, intentando curarme la herida que había recibido. La bala me había perforado el hombro, y yo no sabía si aún permanecía allí o lo había traspasado; en cualquier caso, no tenía medios para sacarla. Mis sufrimientos aumentaron también por el opresivo sentimiento de injusticia e ingratitud que aquellos dolores suponían. Mis juramentos diarios clamaban venganza… una venganza absoluta y mortal, porque solo así podría compensar los ultrajes y el dolor que había sufrido.

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