Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—Muchacho, ¿qué haces…? No pretendo hacerte daño; escúchame…

Él luchaba ferozmente.

—¡Déjame! —gritó—. ¡Monstruo! ¡Monstruo horrible! ¡Quieres devorarme y destrozarme en mil pedazos…! ¡Eres un ogro! ¡Déjame, o llamaré a mi papá…!

—Chico… —le dije—, jamás volverás a ver a tu padre… Vas a venir conmigo.

Estalló en gritos furiosos:

—¡Monstruo espantoso…! ¡Déjame, déjame! Mi papá es magistrado… Es el señor Frankenstein… ¡Déjame! ¡No te atrevas a tocarme…!

—¡Frankenstein! —exclamé—. Entonces perteneces a mi enemigo, a aquel por quien he jurado venganza eterna… y tú serás mi primera víctima.

El muchacho aún porfiaba y me insultaba con gritos que solo conseguían llevar la desesperación a mi corazón. Lo cogí por la garganta para intentar que se callara, y un instante después yacía muerto a mis pies.

Observé a mi víctima, y una alegría y un triunfo infernal embargaron mi corazón… y mientras aplaudía, exclamé:

—Yo también puedo sembrar la desolación. Mi enemigo no es invulnerable; esta muerte lo hundirá en la desesperación, y miles y miles de desgracias lo atormentarán y lo destruirán.

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