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—¿Se da cuenta usted de que va a pagar tres meses de renta —le dijo el hombre que iba con él— y que perderá lo que dé el huerto? No quiero aprovecharme injustamente de usted, así que le ruego que se tome algunos días para pensar bien su decisión…

—Es completamente inútil —contestó Felix—, no podremos volver jamás a esta casa. La vida de mi padre está en gravísimo peligro debido a la horrorosa circunstancia que le he contado. Mi mujer y mi hermana nunca olvidarán ese espanto. Le ruego que no insista. Aquí tiene usted su propiedad, y permita que me vaya inmediatamente de este lugar.

Felix temblaba horrorosamente mientras decía aquello. Él y su acompañante entraron en la casa, en la cual permanecieron algunos minutos, y luego se despidieron. Nunca volví a ver a nadie de la familia De Lacey.

Permanecí en mi cobertizo durante el resto del día, en un estado de inconcebible y estúpida desesperación. Mis protectores se habían ido y habían roto el único lazo que me unía al mundo. Por primera vez, los sentimientos de venganza y odio embargaron mi pecho, y no me esforcé en controlarlos; al contrario, dejándome arrastrar por la corriente, dejé que mi pensamiento se inclinara hacia la violencia y la muerte. Cuando pensaba en mis amigos… en la amable voz de De Lacey, en los encantadores ojos de Agatha, y en la exquisita belleza de la árabe, aquellos pensamientos se desvanecían, y las copiosas lágrimas me calmaban un tanto. Pero, de nuevo, cuando pensaba que me habían rechazado y abandonado, regresaba la furia; y como no podía golpear a ningún ser humano, volvía mi ira contra cualquier objeto inanimado. Cuando se hizo de noche, coloqué mucha leña alrededor de la casa; y, después de haber destruido todos los frutos del huerto, esperé con obligada paciencia hasta que la luna se escondió para comenzar el trabajo. Con la noche adelantada, se levantó un fuerte viento desde el bosque y rápidamente dispersó las nubes que habían cubierto los cielos… Aquel vendaval se hizo más y más violento hasta convertirse en un poderoso huracán y produjo una especie de locura en mi ánimo que rompió todas las ataduras con la razón y la reflexión. Encendí una rama seca de un árbol y dancé con furia alrededor de aquella casa adorada, con los ojos aún clavados en el horizonte de occidente, el lugar por donde la luna iba a ponerse. Parte de su esfera finalmente se ocultó, y yo agité mi rama ardiendo; desapareció la luna, y con un alarido, prendí la paja y el heno seco que había colocado. El viento inflamó el fuego, y la casa inmediatamente quedó envuelta en llamas que la abrazaban y la lamían con sus afiladas y destructivas lenguas. En cuanto estuve seguro de que nada podría salvar ni la más mínima parte de aquella construcción, abandoné el lugar y busqué refugio en el bosque.

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