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Suspiré, pero mi padre amablemente evitó hacerme ninguna pregunta más respecto a la razón de mi tristeza. Él esperaba que los paisajes nuevos y el entretenimiento del viaje me devolvieran la tranquilidad.

Luego hice los preparativos para el viaje, pero se apoderó de mí un sentimiento que me llenó de temor y angustia. Durante mi ausencia, debería dejar a mis familiares solos, inconscientes de la existencia de un enemigo, y desprotegidos ante sus ataques, pues tal vez se enfurecería al ver que yo me iba. Pero había prometido seguirme allá donde quisiera que yo fuera: ¿no vendría tras de mí a Inglaterra? Esa suposición era desde luego aterradora, pero tranquilizadora en tanto en cuanto significaba que mi familia estaría segura. Me amargaba la idea de que pudiera ocurrir lo contrario. Pero durante todo el tiempo en el que fui esclavo de mi criatura, solo me dejé guiar por los impulsos de cada instante; y mis sensaciones en aquel momento me aseguraban con toda certeza que aquel demonio me seguiría y que mi familia quedaría al margen del peligro de sus maquinaciones.

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