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La dueña de casa indicó a Dorothy una cama en la que podría dormir con Toto, mientras que el León se puso de guardia a la puerta del dormitorio para que nadie los molestara. El Espantapájaros y el Leñador se pararon en un rincón y estuvieron quietos y silenciosos toda la noche, aunque, claro está, no durmieron en absoluto.

La mañana siguiente, no bien hubo salido el sol, reanudaron su viaje y poco después observaron en el cielo un agradable resplandor verdoso.

—Debe ser la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy.

A medida que avanzaban, el resplandor verdoso se fue tornando cada vez más brillante, lo cual les indicó que estaban llegando al fin de su viaje. Sin embargo, llegó la tarde antes de que llegaran frente a la gran muralla que rodeaba la ciudad. La pared era alta, muy gruesa y de un brillante color verde.

Frente a ellos, donde finalizaba el camino amarillo, veíase una gran puerta doble tachonada de esmeraldas que relucían tanto al sol que hasta los ojos pintados del Espantapájaros quedaron encandilados.

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