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—Corrí lo más rápido que pude —dijo mientras se sentaba y bostezaba—, pero las flores resultaron demasiado potentes para mí. ¿Cómo me sacaron?

Sus amigos le contaron cómo le habían salvado los ratones del campo, y el León lanzó una carcajada.

—Siempre he creído ser muy grande y terrible. Sin embargo, esas florecillas tan pequeñas estuvieron a punto de matarme y unos animalitos diminutos como son los ratones me salvaron la vida. ¡Qué cosa extraordinaria! Pero, amigos míos, ¿qué hacemos ahora?

—Debemos seguir nuestro viaje hasta hallar de nuevo el camino amarillo —dijo Dorothy—. Después continuaremos la marcha hacia la Ciudad Esmeralda.

Así, pues, una vez que el León se sintió completamente restablecido, reiniciaron su viaje, y tan agradable les resultó marchar por aquellas verdosas praderas cubiertas de césped que casi sin darse cuenta llegaron al camino amarillo y de nuevo tomaron rumbo hacia la Ciudad Esmeralda donde vivía el Gran Oz.

El camino presentábase ahora liso y bien pavimentado, y la región que lo rodeaba era hermosísima, lo cual hizo que los viajeros se alegraran de dejar atrás el bosque y con él los numerosos peligros que habían encontrado en sus umbrosas profundidades. Una vez más vieron cercas construidas a lo largo del sendero aunque éstas estaban pintadas de verde, como verde era también la primera casita que observaron a su paso. Durante la tarde vieron varias casas más, y a veces salía gente a la puerta para mirarlos como si quisieran hacerles preguntas, pero nadie se acercó ni les dirigió la palabra porque todos temían al enorme León. Aquellos habitantes de la región vestían ropas de color verde esmeralda y lucían sombreros cónicos muy similares a los de los Munchkins.

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