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—Bueno... —murmuró la mujer después de pensarlo y mirar de nuevo al León—...si es así, pueden entrar y les daré algo de comer y un lugar donde dormir.

Entraron entonces en la casa, donde estaban también un hombre y dos niños. El hombre habíase lastimado una pierna y yacía tendido en un sofá del rincón. Todos ellos se sorprendieron bastante al ver al extraño grupo.

Mientras la mujer se ocupaba de tender la mesa, el hombre preguntó:

—¿Dónde van ustedes?

—A la Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz —respondió Dorothy.

—¿De veras? —exclamó el hombre—. ¿Estás segura de que Oz los recibirá?

—¿Por qué no habría de hacerlo?

—Pues, se dice que nunca deja a nadie llegar hasta él. Yo he estado muchas veces en la Ciudad Esmeralda, y les aseguro que es tan bonita como maravillosa; pero jamás me permitieron ver al Gran Oz, y no conozco a ningún ser viviente que lo haya visto.

—¿Nunca sale? —preguntó el Espantapájaros.

—Jamás. Se pasa los días en el gran Salón del Trono de su palacio, y aun los que le sirven jamás le ven cara a cara.

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