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El Espantapájaros y el Leñador empezaron a atar los ratones al carro, empleando las cuerdas que éstos habían traído. Un extremo se ataba al cuello de cada ratón y el otro extremo al carro. Claro que el improvisado vehículo era mil veces más grande que cualquiera de los ratones que iba a arrastrarlo, pero cuando estuvieron atados todos ellos, pudieron moverlo con toda facilidad. Tanto es así que el Espantapájaros y el Leñador se sentaron encima y fueron trasladados rápidamente hasta el sitio donde dormía el León.

Luego de muchísimo trabajo —porque el felino pesaba mucho— lograron ponerlo sobre el carro. Después se apresuró la Reina a ordenar a sus súbditos que partieran, pues temía que los ratones se quedaran dormidos si permanecían demasiado tiempo entre las amapolas.

Al principio, a pesar de su gran número, los animalitos casi no podían mover el pesado vehículo, pero empezaron a hacer progresos cuando el Leñador y el Espantapájaros los ayudaron empujando desde atrás, y poco después lograron sacar al León del campo de amapolas en dirección a terreno abierto, donde el felino pudiera respirar de nuevo el aire puro en lugar de la mortal fragancia de las flores.

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