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—¿Podemos hacer algo para demostrarles nuestro agradecimiento por haber salvado la vida de nuestra Reina?

—No se me ocurre nada —respondió el Leñador.

Por su parte, el Espantapájaros, que había estado tratando de pensar sin conseguirlo debido a que tenía la cabeza rellena de paja, dijo rápidamente:

—¡Ah, sí! Pueden salvar a nuestro amigo el León Cobarde que se quedó dormido en el campo de amapolas.

—¿Un león? —exclamó la Reina—. ¡Vamos, si nos comería a todos!

—Nada de eso —afirmó el Espantapájaros—. Este León es un cobarde.

—¿De veras? —preguntó uno de los ratones.

—El mismo lo afirma —fue la respuesta del Espantapájaros—. Además, no haría daño a un amigo nuestro. Si nos ayudan a salvarlo, les aseguro que los tratará bondadosamente.

—Muy bien, confiaremos en ustedes —dijo la Reina—. ¿Pero qué hacemos?

—¿Son muchos tus súbditos y te obedecen todos?

—Claro que sí —le contestó ella.

—Entonces hazlos venir lo antes posible y que cada uno traiga un trozo de cuerda.

La Reina se volvió hacia su séquito y ordenó que partieran en seguida en busca de todos sus súbditos. No bien oyeron la orden, los ratones se dispersaron a toda prisa.

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