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Por este motivo levantó su hacha y, al pasar el gato por su lado, le asestó un rápido tajo que le cercenó limpiamente la cabeza.

A verse libre de su enemigo, el ratón se detuvo de pronto, giró sobre sí mismo y marchó hacia el Leñador, diciéndole con voz aflautada:

—¡Gracias! ¡Muchas gracias por salvarme la vida!

—Por favor, ni lo menciones siquiera —repuso el Leñador—. La verdad es que no tengo corazón y por eso me preocupo de ayudar a todos los que necesitan amigos, aunque sólo sean ratones.

—¿Sólo ratones? —exclamó indignado el animalito—. ¡Te diré que soy la Reina de todos los ratones del campo!

—¡Vaya, vaya! —dijo el Leñador, haciendo una reverencia.

—Por lo tanto, al salvarme la vida has hecho algo muy importante —añadió la Reina.

En ese momento vieron a varios ratones que llegaban corriendo, y que al ver a su Reina exclamaron:

—¡Oh, Majestad, creíamos que te iban a matar! ¿Cómo pudiste esquivar a ese gato salvaje?

Todos ellos se inclinaron tan ceremoniosamente ante su soberana que casi se pararon de cabeza.

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