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—Este no es el camino —manifestó la cigüeña, mientras curvaba el largo cuello para mirar con interés al extraño grupo.

—Ya lo sé —asintió Dorothy—, pero hemos perdido al Espantapájaros y no sabemos cómo rescatarlo.

—¿Dónde está?

—Allá en el río.

—Si no fuera tan grande y pesado, yo podría ir a buscarlo —dijo la cigüeña.

—No pesa casi nada, pues está relleno de paja. Si nos lo traes aquí te estaremos muy agradecidos.

—Bueno, lo intentaré —dijo la cigüeña—. Pero si me resulta demasiado pesado, tendré que dejarlo caer de nuevo al agua.

Así diciendo, levantó vuelo sobre el agua hasta llegar donde se hallaba el Espantapájaros colgado de su vara. Una vez allí, asió al hombre de paja por los brazos y lo llevó de vuelta a tierra, donde Dorothy y sus amigos lo esperaban.

Cuando el Espantapájaros se encontró de nuevo entre ellos, sintióse tan feliz que los abrazó a todos, aun al León y a Toto, Y mientras reanudaban su marcha empezó a cantar con gran alegría.

—Pensé que iba a quedarme para siempre en el río —dijo—, pero me salvó esa cigüeña tan bondadosa. Si llego a obtener mi cerebro volveré a buscarla para pagarle este gran favor.

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