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Luego, cuando hubieron descansado, Dorothy recogió su cesta y partieron por la herbosa orilla en busca del camino que tan atrás habían dejado. La región era hermosa y había abundancia de flores y árboles frutales que relucían al sol como para alegrar a los viajeros, mas todos ellos estaban apenados por la pérdida del pobre Espantapájaros.

Marcharon lo más rápido que pudieron, deteniéndose Dorothy sólo para recoger una bonita flor, y al cabo de un tiempo exclamó el Leñador:

—¡Miren!

Al mirar hacia el río vieron al Espantapájaros, muy solitario y triste, colgado de su vara en medio del agua.

—¿Qué podemos hacer para salvarlo? —preguntó Dorothy. El León y el Leñador menearon la cabeza sin saber qué responder. Después se sentaron en la orilla y miraron con pena al Espantapájaros hasta que pasó volando una cigüeña, la que se detuvo al verlos y se posó a descansar al borde del agua.

—¿Quiénes son ustedes y adónde van? —preguntó el ave.

—Yo soy Dorothy —contestó la niña—, y éstos son mis amigos, el Leñador de Hojalata y el León Cobarde. Todos vamos hacia la Ciudad Esmeralda.

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